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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
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ISBN: 9780292771215
Editorial: Ediciones Cátedra
Disfruta de una de las novelas precursoras del boom latinoamericano. Juan Rulfo, con su increíble narrativa, nos cuenta dos historias: la de Juan Preciado, que viaja en busca de su padre, y la de Pedro Páramo, un hombre corrompido que dejó en ruinas una ciudad por el amor de una mujer. ¡No te la pierdas!
Juan Preciado viajó a Comala a conocer a su padre, Pedro Páramo, ya que se lo había prometido a su madre, Dolores, antes de su muerte. Esperaba encontrarse con lo que los recuerdos de su madre le habían transmitido. Pero cuando llegó, todo era triste.
Preciado se cruzó con un arriero, Abundio, que también se dirigía a Comala, y decidió seguirlo. En medio de una charla, el arriero le comentó que él también era hijo de Páramo.
Hacía muchísimo calor. “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al Infierno regresan por su cobija”.
Juan le preguntó al arriero si conocía a Pedro, y este le contestó que era “un rencor vivo” y que ambos habían sido malparidos. Le contó, además, que Páramo había muerto muchos años atrás.
Llegó a la casa de una mujer, Eduviges, en busca de alojamiento. Eduviges le aseguró que Doloritas, su madre, le había avisado que ese día él iría y que por eso le había reservado un cuarto. Le mostró la habitación, pero no había dónde acostarse.
Si bien Juan le informó que su madre estaba muerta, la mujer le aseguró que ella oyó su voz, que se escuchaba débil, como si hubiera tenido que atravesar una larga distancia.
Le confesó que habían sido muy amigas y que se habían prometido morir juntas, que se querían mucho y que él era como su hijo.
Juan pensó que estaba loca.
Eduviges le dijo a Juan que quien lo había guiado no podía ser Abundio, ya que ese hombre era sordo y ya había muerto.
Además, le contó que ella podría haber sido su madre. Había un hombre en el pueblo, Inocencio Osorio, que decía ser un provocador de sueños. Este violaba a las mujeres mientras les hablaba de su futuro. Este hombre le advirtió a Dolores que esa noche no durmiera con su marido porque la “luna estaba brava”.
Dolores le pidió a su amiga, Eduviges, que fuera a dormir con Pedro esa noche. Al principio se negó, pero terminó accediendo porque a ella también le gustaba Pedro. Pedro esa noche durmió por el cansancio del día anterior. Y al año siguiente nació Preciado, pero del vientre de Dolores.
De repente, Eduviges escuchó el caballo de Miguel Páramo, hijo de Pedro, que cabalgaba. Era su sexto sentido, con el que Dios la había bendecido o maldecido y por el cual sufría mucho. Ambos estaban muertos.
Le contó que el animal debía sentirse culpable por la muerte de su amo, Miguel, quien se cayó del caballo y murió.
El padre Rentería enterró a Miguel, pero lo consideraba un mal hombre. Había asesinado al hermano del padre, había violado a su sobrina y siempre le faltaba el respeto. Pedro le pidió que lo perdonara y le dio un puñado de monedas de oro como limosna.
Rentería sentía remordimiento, pero sabía que los ricos le daban de comer. También sentía culpa por no haberle dado el perdón a doña Eduviges por haberse suicidado.
Preciado intentaba dormirse cuando comenzó a oír gritos en la casa. Estaba asustado. Se abrió la puerta y entró Damiana Cisneros: lo había ido a buscar. La mujer le contó que en esa habitación habían ahorcado a Toribio Alderete y que doña Eduviges debía estar aún penando por allí.
Al cabo de un rato, le preguntó a Damiana si estaba viva y de repente se encontró solo en la calle vacía: ella también estaba muerta.
Fulgor Sedano era el administrador. Páramo tenía muchas deudas. A la familia Preciado era a la que más le debían y Dolores era quien estaba a cargo de la fortuna. Entonces Páramo mandó a Fulgor a pedir su mano para librarse de las deudas.
Fulgor no esperaba demasiado de Pedro Páramo, pues su padre, Lucas Páramo, para quien Fulgor trabajaba, siempre le decía que su hijo era un inútil.
Dolores accedió de inmediato a casarse con Páramo. Le dijeron al juez que los bienes serían mancomunados y todo quedó arreglado para Pedro.
Otro acreedor de las deudas de Páramo era Andrete. Páramo había heredado las tierras de la hacienda Media Luna, pero discutía con Andrete los límites de la tierra. Pedro Páramo lo demandó por usufructo y Andrete quedó liquidado.
“Allá te acostumbrarás a los ‘derrepentes’, mi hijo”, le había advertido Dolores. Y, de repente, Donis le tocó el hombro y lo invitó a pasar. Pedro vio que estaba con una mujer, Dorotea. Ambos estaban vivos.
La mujer le confesó que Donis no era su marido, sino su hermano. Le contó que el pueblo estaba lleno de ánimas de quienes no habían recibido el perdón y que por las noches salían a vagabundear. Ella y Donis tampoco habían podido conseguir el perdón por el pecado de su amorío.
Preciado les pidió que le indicaran el camino para irse de ese pueblo, pero Donis le dijo que aguardara hasta el día siguiente.
Donis y Dorotea salieron y una mujer entró a la casa para llevarse unas sábanas. Juan temblaba del miedo.
Los dos volvieron, pero pronto Donis se fue en busca de un becerro. Dorotea le aseguró que Donis no volvería jamás. Según ella, había aprovechado la oportunidad para dejarla al cuidado de Juan y poder irse para siempre.
La mujer le dio comida que le había dado su hermana a cambio de las sábanas. Esa era la mujer que había entrado en la casa.
Por la noche, Dorotea le ofreció acostarse con ella para que no se lo comieran las turicatas y le dijo que él debía cuidar de ella. Juan terminó durmiendo al lado de la mujer.
En medio de la noche, el bullicio de un gentío arrastró a Juan hasta la plaza. Pensó que allí había personas reunidas. Las voces lo perseguían. El frío salía de su interior, por eso supo que estaba asustado. Las voces le pidieron que rogara a Dios por ellas y fue así que se le heló el alma y murió.
Los murmullos y el miedo acumulado lo habían matado. Una vez muerta, Dorotea fue enterrada en la misma tumba que Juan.
Con tan solo 17 años, Miguel Páramo ya era un mal hombre. Pedro le dijo a Fulgor: “La culpa de todo lo que él haga échamela a mí”. Fulgor le advirtió que ese niño le traería muchos dolores de cabeza.
Un día, Fulgor llegó con el cuerpo de Miguel. Había encontrado su muerte por accidente.
Pedro, que se había quedado sin expresión, dijo: “Estoy comenzando a pagar. Más vale empezar temprano, para terminar pronto”. Pedro mandó a matar al caballo para que deje de sufrir por la culpa.
El Padre Rentería se dirigió a Contla para pedir la absolución por sus pecados. Pero no la obtuvo. Pedro Páramo había destruido la iglesia de Comala porque se le había dado el perdón por sus atroces pecados.
Rentería volvió sintiéndose un hombre malo. La primera que apareció en el confesionario, borracha, fue Dorotea y confesó que quien le conseguía mujeres a Miguel para que este las violara era ella. Rentería le dio el perdón en nombre de Dios sin penitencia alguna.
Juan Preciado oyó a Susana hablar desde la tumba que estaba enterrada a su lado. Susana había sido la última esposa de Pedro Páramo y la mujer a la que más amó.
Desde la tumba, Juan oía cómo los muertos se quejaban de lo que Pedro había hecho con ellos, pues después de la muerte de Lucas, generó una increíble mortandad. A Lucas lo habían matado en una boda por error y, como nunca se supo de dónde había salido la bala, Pedro acabó con cuanto sospechoso se le cruzó.
Pedro había querido tanto a Susana que cuando ella murió, abandonó todo y se quedó sentado en su equipal mirando hacia el camino. Desde entonces la tierra quedó en ruinas. Comala se llenó de “adioses” y se olvidaron del pueblo.
Cuando a Pedro le faltaba poco para morir, vinieron las guerras de los “cristeros” y las tropas fueron por los pocos hombres que quedaban.
Bartolomé San Juan llegó al pueblo, directamente a la antigua casa de Pedro.
Pedro había estado esperando treinta años para que Susana volviera. Siempre le había insistido a Bartolomé que regresara. Pero Bartolomé siempre rompía las cartas. Susana se había casado y había enviudado, por eso ahora acompañaba a su padre.
Bartolomé decidió ir a Comala por su seguridad. Pedro lloró de alegría al saber que Susana regresaría.
Pedro Páramo no estaba dispuesto a perder a Susana de nuevo y mandó matar a Bartolomé.
Justina, quien cuidaba de Susana desde que nació, le avisó que su padre había muerto y ya había sido enterrado. Susana sonrió, pues supo que la noche que murió, la había visitado en su cuarto para despedirse de ella.
Susana pasaba sus días durmiendo y sus noches “doloridas, de interminable inquietud”. Pedro esperaba que eso se terminara, pero nunca sucedió.
Llegó un tartamudo en busca de Pedro Páramo y le informó que la gente de la revolución había asesinado a Fulgor. Le dijeron que irían por el gobierno y por gente como Páramo y sus tierras.
Páramo recibió a los hombres de la revolución: les ofreció 300 hombres y dinero para financiar el levantamiento. Aceptaron el acuerdo.
Pedro nombró a Damasio como jefe de los revolucionarios a cambio de información.
Damasio se unió a los Villistas, otro grupo revolucionario que estaba arrasando con todo y fue a pedirle más dinero a Pedro, pero este se negó a dárselo.
Susana estaba muy mal, alucinaba con Florencio, su primer marido, y le temía a la oscuridad. Pidieron a Rentería que le fuera a dar la comunión antes de morir.
La mañana del 8 de diciembre las campanas comenzaron a sonar. Tanto sonaron, que la gente de pueblos cercanos se acercaba a Comala. Eso que debía ser un funeral se convirtió en una fiesta. La gente no comprendía que eso era un duelo y siguieron llegando a montones.
Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron de su muerte.
Pedro juró vengarse de Comala: “Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”. Y eso fue lo que hizo.
Abundio, intentando ahogar la pena por la muerte de su mujer, fue por un trago. Luego se dirigió a la casa de Páramo. Pidió “una caridad” para enterrar a su mujer.
Damiana estaba afuera y comenzó a gritar: “están matando a don Pedro”.
Abundio no sabía qué hacer para callar a la mujer.
Se acercaron hombres. Damiana dejó de gritar, se cayó y abrió la boca como si bostezara. Los hombres la levantaron y la entraron a la casa.
Páramo no había sido herido.
Le quitaron el cuchillo a Abundio que todavía chorreaba sangre y se lo llevaron a la rastra por la borrachera.
Páramo sentía que su mano caía muerta sobre sus rodillas, pero no le hizo caso. Estaba acostumbrado a ver morir gente. Páramo pensaba en Susana y sentía que se desvanecía, sus brazos y piernas no le respondían y dijo: “Ésta es mi muerte”.
Entró Damiana y le ofreció el almuerzo. Se apoyó en sus brazos e intentó caminar. Pero luego de unos pasos, cayó sin decir una palabra.
“Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.
Esta novela se enmarca en el género de novela revolucionaria y el autor hace un increíble uso del realismo mágico.
El relato no es simple. Los muertos hablan, los pensamientos se manifiestan en forma de relatos y se entrecruzan historias del pasado y del presente.
Con esta novela, Rulfo logra un nivel estético impecable en el que las implicaciones socioculturales están presentes.
Las voces de los vivos y de los muertos se manifiestan por igual, pues Comala es un pueblo en el que habitan almas que no han recibido el perdón.
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Nació en 1917, en México. Es uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Además, se desempeñó como guionista y fotóg... (Lea mas)
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